viernes, 25 de marzo de 2011

Vive, por favor.

Algo ahí dentro te dice que la única cosa que nadie puede quitarte son tus recuerdos. Que pase lo que pase, lo que viviste lo viviste. Y es tuyo. Tu vida. Tu historia. No vas a ser tú la que borre sus mejores partes. Algunas igual duelen un poquito. Pero has aprendido que hasta las despedidas pueden ser bonitas. Que hasta en un adiós se puede encontrar un poco de felicidad. Que lo negro también es blanco. Que no hay blanco, sin negro. Sabes que la tristeza y la alegría viajan en el mismo tren. Y no quieres perderte ese viaje. Por eso lloraste de alegría mientras le decías adiós. Y hasta se te escapó la risa. Y querías irte a tomar unas copas después de haber cortado. Porque en ese triste momento, también encontraste la felicidad. Inapropiada, inoportuna, pero felicidad, después de todo. Felicidad por lo que viviste. Felicidad por lo que te llevas. Por lo que recuerdas. Una historia así no puede convertirte en una víctima. Eso sí sería un pecado.
Sabes cómo funcionan los recuerdos. En un momento te sacan una sonrisa y en el otro te clavan un cuchillo. Pero estás dispuesta a vivir con eso, porque sabes que de eso va este juego. Algunos no quieren jugar. No sacan las fichas de casa. Prefieren quedarse ahí, en lo seguro. Pero tú sabes que sólo hay una oportunidad. Y estás dispuesta a darlo todo por la meta. En el manual de instrucciones pone que lo vas a pasar muy mal. Que vas a llorar. Que te vas a sentir estúpida. Que fallarás. Que te partirán el corazón. Que tendrás miedo. Que fallarás otra vez. Que no entenderás nada. Y tu respuesta a todo eso es:
¿Y qué?
Tú vas a vivir una vida real. Quizás duela. Pero no te importa. Porque hay una sola cosa que dolería mucho más: no vivirla.

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